|A fines de agosto pasado, el gobierno nacional vuelve a
apostar a la multinacional. Dispuso la liberación comercial de la llamada soja
“Intacta RR2 Pro”, que fue modificada genéticamente por Monsanto para lograr un
cultivo que como su antecesor será resistente al glifosato (el más popular
herbicida) y le agregará resistencia al ataque de insectos.
Sostienen la informaciones que Monsanto, que “además de esas
correcciones promete un aumento de los rindes de hasta 8 por ciento (en la
cosecha argentina, eso significaría 4 millones de toneladas más), había lanzado
esta innovación en Estados Unidos, Brasil y Paraguay”.
La decisión fue la consecuencia de una reunión mantenida por
la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, con los directivos
de Monsanto a fines de junio pasado.
A la multinacional no le va mal en la Argentina.
De acuerdo a su último balance, durante 2011 vendió por
4.124 millones de pesos, a razón de 7.955 pesos por minuto, ubicándose en el
puesto 71 entre las mil empresas que más venden en estos arrabales del mundo.
No hace mucho, en Córdoba, un fallo judicial determinó que
contaminar con glifosato es un delito pero los ejecutores quedaron libres. Una sentencia que solamente se puede explicar por los
negocios que le permite el gobierno a la multinacional.
Por eso, en cualquier geografía de la Argentina el
agrotóxicos aparece de cualquier forma y en cualquier cantidad.
Según el ingeniero forestal Julio Bernio, -docente de la
Facultad de Ciencias Forestal de Misiones- entre 1996 y el 2006, Alto Paraná
“aplicó un millón ocho mil kilos de glifosato en sus plantaciones de pinos, a
los que hay que sumarle los otros agrotóxicos que utilizan en un poderoso
cóctel”.
Describió que Alto Paraná los “usa en la pre y
postplantación, o sea del primero al tercer año del árbol. Aplican un poderoso
cóctel compuesto por distintos herbicidas, un pre-emergente que forma una
película sobre el suelo, que mata a las plantas apenas germina la semilla, y un
detergente como coayudante”.
“Además hay que tener en cuenta la contaminación directa con
agrotóxicos, ya que estos se disuelven en 200 litros de agua por hectárea, y el
líquido lo toman de arroyos y nacientes.
Se hacen como mínimo, dos aplicaciones
por año, en las 15 mil hectáreas que tienen con plantaciones de uno a tres
años”.
Bernio agregó que “en la empresa nos prohibían que digamos agrotóxicos,
y teníamos que referirnos a los mismos como agroquímicos. No tenemos que
engañarnos, acá la cuestión pasa por la salud de la gente y el derecho que
todos tenemos de hacer uso correcto de los recursos naturales, no podemos hacer
lo que queremos en una, diez o miles de hectáreas”.
El investigador contó que
la contaminación “en Misiones se complica por las lluvias torrenciales y suelo
quebrado. Llueve, lava todo el suelo, y eso va a parar a los arroyos.
El 80 por
ciento de las ciudades de la provincia toman el agua de los arroyos para
potabilizarla y todos los componentes químicos van a parar ahí”. Bernio dijo
que en el 2006, “en una audiencia pública realizada en Eldorado denunciamos que
Alto Paraná ocultaba información.
Les dije que utilizaban un kilo y medio de
Roundup por hectárea, pero la respuesta fue patética: nos contestaron que antes
utilizaban dos kilos y medio”, apuntó el investigador.
En la Argentina del presente, más allá de los discursos
nacionales, populares y progresistas, la aplicación del glifosato en cualquier
punto de su geografía y las monumentales ganancias de Monsanto demuestran el
grado de dependencia de empresas multinacionales que hacen lo que quieren.
Carlos del Frade (APE) |
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